“No sé cómo él decía que nos amaba y a la vez nos estaba haciendo daño a todas. No entiendo cómo un padre puede hacer daño a sus hijas durante tanto tiempo y no parar al ver cómo sus hijas sufren por eso; no entiendo”, declaraba S. durante una pericia psicológica realizada en julio de 2012 en la que denunciaba el calvario al que estaban siendo sometidas ella y sus hermanas por C.A.B (50), su padre (el nombre del agresor se omite para preservar la identidad de las jóvenes).
El miércoles, C.A.B. fue condenado a 30 años de prisión por el tribunal de la Sala VI de la Cámara Penal integrado por las juezas Stella Maris Arce, Alicia Freidenberg y Marta Cavallotti, que consideró que había pruebas ineludibles contra el imputado de que abusó sexualmente y violó, en reiteradas ocasiones, a dos de sus cuatro hijas.
En el debate oral también se analizó la posibilidad de que el hombre haya abusado de otra de sus hijas. Incluso sus hermanas S. y G. aludieron que la otra adolescente, que tenía 15 años cuando comenzó la investigación judicial, también fue presa de su padre. Sin embargo, la menor evitó hablar acerca de esta situación al ser indagada por los especialistas.
S. tenía 13 años cuando denunció el aberrante delito al que estaba siendo sometida. Pero ella no fue la primera que logró vencer el temor que, según comprobaron las magistradas, les infligía su padre.
En realidad fue G. la que habló por primera vez. “Tenía unos 12 años cuando todo comenzó. Mi papá me decía que todo lo que pasó, era mi culpa. Todo pasaba en mi casa cuando estaba sola con él o cuando él discutía con mi mamá y se iba a dormir en el cuarto en el que dormía con mis hermanas. Él tiraba un colchón en el piso y hacia que me acueste a su lado”, decía la víctima al explicar los vejámenes a los que fue sometida por más de nueve años.
De acuerdo con el testimonio de las jóvenes los ultrajes a las que las sometía su padre ocurrieron en el mismo tiempo. Pero estos vejámenes, C.A.B. llegó a juicio acusado de ser autor del delito abuso sexual reiterado con acceso carnal agravado por el vínculo, no fueron lo únicos que debieron soportar las víctimas.
Las juezas comprobaron que el condenado provocó un tormento psicológico y sistemático a sus hijas para lograr encubrir el delito que estaba cometiendo. Por esto, también fue condenado por corrupción de menores. Algunas de esas manipulaciones fueron expuestas durante el juicio.
Para evitar que sus hijas hablen, según establecieron las magistradas, el abusador las amenazaba inculpándolas y haciéndolas responsables de los abusos que él cometía. “Si vos hablás nos van a correr a los dos de la casa” o “hago esto porque te amo”, eran algunas de las frases que el condenado usaba para manipular a las adolescentes. En este marco, llegó a comprarle ropa interior sensual a una de ellas para que se la pusiera cuando abusaba de ella.
Los estudios clínicos que le fueron practicados a C.A.B. comprobaron que es una persona que tiene un total manejo de sus condiciones mentales y que actuó con pleno conocimiento de sus actos.
Los especialistas que declararon ante el tribunal y los informes presentados durante la investigación corroboraron que G., al ser sometida sexualmente desde temprana edad, tuvo un trastorno traumático que le provocó inseguridad y un miedo continuo. La víctima tenía 21 años cuando logró denunciar el aberrante delito del que era víctima. Y los especialistas comprobaron que su padre consiguió hacerle pensar que ella debía ocupar el rol de su madre.
En este marco, el fiscal Carlos Sale pidió la pena que finalmente cayó sobre el acusado (30 años de prisión). A su vez, destacó la condena que recibió el padre abusador porque -dijo- estos delitos suelen recibir penas menores.